7 de agosto de 2009

Cromosoma Cuatro

I

Arthur Eliot era un perfecto nerd. Su baja estatura llamaba la atención cuando circulaba en medio de la muchedumbre de científicos de los más diversos países que habían acudido a la reunión de Boston. Cuando subió al palco del salón de conferencias del lujoso hotel Hilton, como buen nerd que era, tropezó en el último escalón y cayó aparatosamente regando por toda parte los papeles que llevaba. Dos personas que se encontraban en la primera fila corrieron apresuradamente para ayudarlo a levantarse. El rubor de Eliot pasó a confundirse con sus rojizos cabellos cortos y lisos.
-¡Pido mil disculpas, señores! -sonrió Eliot, avergonzado-. No sé por qué mis padres no se preocuparon en darme genes de coordinación motora más “sofisticados”.
Los presentes rieron. Algunos murmuraron. Otros dormían. Eliot, en el fondo, maldecía el incidente.
-Como todos sabemos -prosiguió Eliot, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano-, un virus letal está acabando con la raza humana. Somos afortunados por no habernos muerto todavía. Nuestra condición privilegiada, tal como lo sugirió el doctor Amat antes de sucumbir a esta terrible enfermedad, puede deberse a una eventual resistencia genética, probable herencia de los tiempos en que aún vivíamos bajo la influencia de la selección natural.
Casi toda la platea estaba atenta y en silencio. Los dormilones ya habían despertado y se esforzaban por averiguar lo que se habían perdido.
-Hace poco más de 300 años nos volvimos inmortales -dijo Eliot, con el tono de voz más grave-. A mediados del siglo XXII nuestros padres decidieron librarnos de las amarguras de la vejez, que como todos sabemos, comenzaban a manifestarse a partir de los treinta años de edad, nada menos que con el inconfundible “cansancio de los ojos”. Luego venían, paulatinamente, y sin el menor pudor, los demás achaques: artrosis, osteoporosis, cáncer de próstata, ictus, glaucoma, cataratas, diabetes, presión alta, depresión, cáncer de mama, Parkinson, Alzheimer, etc.
Eliot se llevó a la boca un vaso de agua y, para sorpresa de todos, se puso a hacer gárgaras en público. Lo hacía para llamar la atención. Quería que la gente pensara que era un gran científico y, como todos aquellos notables de la ciencia eran, además de ambiciosos, algo excéntricos, él no quería huir a esa regla.
-Perdón... es que mi garganta anda un poco irritada -se disculpó-. Bueno, por medio de la Terapia de Corrección Genética los llamados “genes deletéreos” fueron extirpados de nuestro genoma a través de la arcaica técnica de manipulación citogenética, que en aquellos tiempos se basaba en el uso de simples sondas moleculares. A partir de entonces pasamos a morir sólo por accidentes o por enfermedades infecciosas raras. Este tipo de mortalidad era tan bajo que la clonación de los individuos muertos restablecía prontamente el equilibrio poblacional. Ahora, sin embargo, no sabemos qué hacer para revertir esta nueva y devastadora amenaza. Toda nuestra moderna tecnología médica se ha mostrado particularmente impotente y estéril...
El centenar de científicos que lo escuchaba se encontraba completamente intrigado con el discurso. Al contrario del resto, Thomas Crownkyohnolev, periodista inglés que hace pocos días arribara de Londres para participar del evento, comenzó a pensar en su pasado. Tanto tiempo había transcurrido que ya casi no se acordaba de su infancia ni de sus padres. Sentía mucho la falta de Max, hermano y compañero por más de 300 años. No sería fácil olvidarlo; la verdad es que lo necesitaba como nunca. Él era el único que le hacía ver los errores que acostumbraba cometer gracias a su incorregible ingenuidad. A pesar de la profunda abstracción en que se encontraba, las palabras de Eliot lo trajeron de vuelta al presente.
-Lo que estoy tratando de decirles -continuó- es que, al extirpar los genes de la muerte, que como sabemos estaban ubicados en el cromosoma cuatro, extirpamos también los de la reproducción, ligados a los primeros por medio de la pleiotropía. La pleiotropía, ustedes bien lo saben, es la facultad que un determinado gen tiene de comandar simultáneamente diferentes características fenotípicas. La eliminación de los genes de la muerte nos proporcionó la inmortalidad, pero su insospechada pleiotropía nos quitó la capacidad de reproducción.
Eliot hizo una nueva pausa para tomar agua. El silencio del recinto luego se transformó en un enjambre de apagados murmullos. Sus palabras habían logrado excitar al público. Los más reacios ya daban señales de impaciencia.
-Los recientes acontecimientos -señaló- nos muestran que la muerte del individuo era necesaria para garantizar la supervivencia de todo el conjunto, es decir, de la especie humana. Por medio de la selección natural y el mecanismo de la reproducción nuestro fundo genético era enorme y tremendamente versátil. Teníamos genes para cualquier tipo de eventualidad natural o artificial. Cuando una peste arrasaba una parte de la población, los supervivientes naturalmente inmunes a la enfermedad se encargaban de pasar esta, digamos, “resistencia genética”, a las futuras generaciones. Es por esa razón que prosperamos como especie por más de cien mil años. Ahora, sin embargo, debido a que nuestra aparente eternidad hizo desnecesaria la reproducción, nos encontramos a merced de una posible extinción. Es como si un contrato firmado con la naturaleza hace mucho tiempo hubiese sido roto, y nuestro castigo fuese la completa extinción. Me temo que la única forma de revertir este fatal destino sea por medio del retorno a nuestra vieja condición de mortales...
Después de esas palabras, un buen número de los presentes se retiró del auditorio visiblemente contrariados.
-Yo sé que algunos no aceptan lo que postulo -suspiró-. Sin embargo, me resta la esperanza de que la cordura tenga la última palabra. La teoría del “Contrato Natural” parte de la siguiente premisa: las especies están constantemente sometidas a cambios ambientales; algunos cambios son tan grandes que la mayoría sucumbe y apenas un pequeño grupo de individuos consigue soportarlos. Los sobrevivientes se reproducen y transfieren a las generaciones siguientes el genotipo que los hace resistentes a estos eventos ambientales. Con el tiempo y, debo subrayarlo, gracias a la reproducción sexual, los genes se mezclan una y otra vez, con la finalidad de abarcar el máximo posible de diferencias genéticas. Cuanto más diferentes los individuos, desde el punto de vista genético, por supuesto, mayores son las oportunidades de resistir a los eventuales caprichos del medio ambiente. Al haber roto el “Contrato Natural” nos hemos hecho merecedores de la extinción definitiva, ya que, conforme sucede con todos los seres de la Tierra, para vivir hay que morir...
Eliot se esforzaba en explicar su teoría y Thomas recordaba su pasado. Algunos recuerdos permanecían bien vivos en su memoria. Una tarde lluviosa, hace diez años, llegó empapado al lujoso y confortable recinto de la Ensueños Inolvidables S.A., en las afueras de Londres. A pocos metros de la puerta donde paró para escurrirse, una sonriente secretaria lo escudriñaba desde su escritorio. Al apretar un pequeño botón -el único que había en la mesa-, la mujer hizo que el ordenador holográfico se desvaneciese, dando lugar a un acuario virtual esférico, repleto de improbables peces multicolores.
-Buenos días, señor. ¿Puedo ayudarlo?
-Buenos días, señorita. Deseo información sobre los paquetes promocionales anunciados en el ciberperiódico del último domingo.
-Cómo no, señor -dijo la mujer, de forma suave y amable-. ¿Puede darme su nombre y generación, por favor?
-Thomas Crownkyohnolev, generación 2150 -respondió.
-¿Dirección?
-Sector sur, calle catorce, edificio siete, piso 80-C.
-¿Holófono para contacto?
-Sur-14-2323AXS.
-Gracias, señor Crownkyohnolev, enseguida una de nuestras agentes lo atenderá.
Mientras aguardaba sentado en un confortable sofá de espuma ultra leve, Thomas observaba detenidamente los innumerables hologramas que brotaban de las paredes, para luego desaparecer como pompas de jabón. De su izquierda surgían imágenes de exóticos paisajes ocupados por personas aparentemente felices. Una de las imágenes hacía alusión a una playa de arena plateada, cuya orilla se dejaba cubrir por una delicada lámina de agua celeste brillante. El cielo era de color azul oscuro, pero razonablemente iluminado por un gran enjambre de estrellas. De la pared del frente surgían más imágenes; esta vez eran escenas de aventuras al parecer muy intensas. En una de ellas un grupo de jinetes vestidos de negro, que cortaban el aire con cimitarras de aspecto singularmente desafiador, perseguía a un hombre enmascarado que iba a caballo llevando a una hermosa joven de piel blanca y largos cabellos castaños. Del fondo de la imagen aparecieron frases cortas escritas con letras de color dorado: “Viva usted también las aventuras del Enmascarado Solitario”. ‹‹Pero, cómo que solitario››, pensó Thomas, ‹‹si la muchacha que lleva detrás lo está abrazando como si fuese una garrapata››. Los anuncios seguían: “Todo esto por apenas 500 jornadas (incluyendo vivencias de sexo y romance.) Aproveche. Promoción por tiempo limitado”.
El precio le pareció salado. Quinientas jornadas era prácticamente un año de trabajo. Si bien tenía ahorrados más de tres mil jornadas, gastar un sexto de su crédito durante los primeros días de vacaciones sería lo mismo que repetir el error cometido varios años atrás. Aquella vez se entusiasmó tanto con los vuelos espaciales que casi todo lo ahorrado se le fue en un pasaje de ida y vuelta a la tropical Europa, satélite de la ahora mini estrella Júpiter, planeta modificado hace un tiempo por Ingeniería Planetaria.
Esta vez quería seguir los consejos de su hermano: no dejar de experimentar las delicias de los “placeres carnales”. Él se lo había recomendado insistentemente a pesar de que la aventura, además de evaporar todas sus economías, consumiría buena parte del año de vacaciones que todo mundo tenía derecho una vez a cada diez años.
Ambos vivían juntos hace trescientos años, desde la muerte de sus padres. En estos tiempos las familias estaban compuestas apenas por hermanos o primos. Como la reproducción ya no era necesaria, las uniones con miembros del sexo opuesto habían perdido sentido.
-¿Señor Crownkyohnolev? -llamó la secretaria-. Puede usted pasar, la señorita Virna lo espera. Oficina nueve, por favor.

II

La señorita Virna era una mujer relativamente callada, demasiado callada para un cargo de vendedora. A pesar de sus trescientos años, aparentaba no más de que veinticinco. Thomas no comprendía por qué una mujer tan reservada ocupaba un cargo así, en donde la locuacidad debería ser la regla. Ya que ella se limitaba apenas a observarlo a través de sus graciosos lentes de media luna, tuvo que ser él quien rompiese el silencio:
-Me han comentado que uno puede divertirse mucho con los cibersueños que su firma ofrece.
-Así es, señor... señor...
-Crownkyohnolev... Thomas Crownkyohnolev.
-Así es, señor Crownkyohnolev. Nuestros paquetes de cibersueños abarcan todo tipo de experiencias, incluso las llamadas “ancestrales”.
-¿Ancestrales?
-Sí. Aquellas que sólo nuestros progenitores y todos nuestros antepasados eran capaces de sentir antes del Día que la Muerte Murió.
Thomas se quedó pensando por un momento y después sonrió, ruborizado.
-¿Se refiere usted... a sexo y romance, tal como consta en uno de sus anuncios?
-Exactamente, señor Crownk... Bueno, le aseguro que valen la pena.
-¿Usted ya los ha probado?
-Sí, y para serle sincera, es uno de mis pasatiempos favoritos. La firma me concede ocho horas de sueños gratis por mes.
-Y bueno, hábleme sobre los paquetes anunciados el día domingo.
-Ah, sí. Se trata de las promociones de verano. A un precio medio de 500 jornadas usted podrá disfrutar de dos meses de sueño profundo con el programa de su elección.
-¿Y qué programas tienen ustedes, señorita Virna?
-Tenemos de todo -dijo entusiasmada-. Sería recomendable hacerle primero un análisis de sensibilidad neural para determinar los sectores de su cerebro que presentan mayor posibilidad de estimulación. Si el análisis muestra actividad alfa en el lóbulo frontal, lo más apropiado tal vez sea un paquete de aventuras; si parietal, entonces el paquete cultural puede ser el más indicado. Ya si su región límbica ofrece un buen número de sinapsis con actividad alfa, el paquete de sexo y romance sería mucho mejor...
-Bueno, señorita Virna, la verdad es que estoy interesado por este último. Mucha gente me lo ha comentado, me muero por saber de qué se trata. ¿Es posible hacer una prueba?
-Claro que sí, sólo que para ello pedimos una garantía de diez jornadas.
-¡Sin problemas!
-En ese caso, le voy a pedir que me acompañe hasta el laboratorio, señor... señor... ¿cómo me dijo que se llamaba?
-Thomas Crownkyohnolev.
Thomas siguió a la vendedora y, mientras caminaba por detrás, no pudo dejar de verle el trasero, que le pareció robusto y bien formado. Era la primera vez que reparaba en un par de nalgas femeninas tan visibles, esto gracias a la falda ligeramente ajustada que llevaba, moda nada usual entre las mujeres de la época. La verdad es que poco después del Día que la Muerte Murió, hombres y mujeres pasaron a vestirse de forma indistinta, variando apenas el color y el modelo, aunque este último siempre de acuerdo con la cultura de cada grupo de personas. Después de la prueba Thomas iría comprender el porqué de la extraña ropa.
Luego de entrar en un salón grande, iluminado apenas por una tenue luz azulada, Thomas vio decenas de cápsulas transparentes completamente llenas con un líquido anaranjado, en cuyo interior había hombres y mujeres aparentemente inconscientes. Sus cabezas llevaban puesto una especie de casco transparente de donde salían varios cables de colores y grosuras diferentes. Thomas reparó que los cuerpos se encontraban desnudos y que flotaban dentro del extraño líquido en posición fetal.
-Le voy a pedir que se desvista, señor. Usted tendrá que entrar en esta cámara de acrílico llena de hidrogel. Antes, empero, le voy a inyectar una droga relajante.
-¿No es muy honda esta tina? -reparó asustado-. ¿Si entro, no me voy a ahogar?
-No se preocupe -lo tranquilizó Virna-, el hidrogel posee 21% de oxígeno gaseoso. Podrá respirarlo sin ningún problema.
Thomas sintió cómo el fluido gelatinoso llenaba sus pulmones. Fue entonces advertido de que la prueba duraría entre veinte a treinta minutos. Poco a poco, mientras sentía un suave estopor, todo a su alrededor se fue quedando oscuro.
Cuando abrió los ojos percibió que estaba con solamente 16 años de edad y que se encontraba en la escuela, sentado en una carpeta apretada escuchando clases de química. La profesora era una mujer joven y alta, de cabellos castaños claros presos a un gancho de metal. Su rostro era fino y blanco, como sus manos, que parecían adornadas con graciosos dedos de cristal. Vestía una minifalda roja y una blusa violeta semitransparente, con los tres primeros ojales intencionalmente desabotonados. La luz de la mañana que entraba por una de las ventanas hacía con que transbordase lo que había por dentro de la delicada ropa que la profesora usaba. Al reconocer un par de formidables senos de puntas indiscretas, Thomas experimentó una erección espontánea. Era la primera vez que su pene subía a los cielos.
Esta escena luego dio lugar a otra, en que él y la profesora se encontraban completamente desnudos al frente de una pequeña mesa iluminada por velas y tiras de incienso perfumado. La profesora, sin mencionar una palabra, se puso de rodillas y cogió con las dos manos el falo de Thomas, que latía rítmica y espasmódicamente. Dirigiendo la mirada hacia arriba, la profesora introdujo en su boca el enrojecido apéndice viril. Thomas cerró los ojos y emitió un demorado gemido de placer.
Poco después, otra escena apareció. Esta vez ella se encontraba de cuatro, jadeando como una loba mientras Thomas la penetraba salvajemente. Así permanecieron algunos minutos hasta que una eyaculación inusualmente prolongada descargó chorros de semen dentro del cálido y húmedo vientre de la compañera sexual. Por fin, una nueva escena se formó en su mente: ambos ahora se encontraban recostados -esta vez con ropas- encima de la grama de un vasto campo de hiervas silvestres, cuyo fondo estaba aderezado por un cielo esplendorosamente estrellado. La bella profesora acariciaba sus cabellos y le mordisqueaba la oreja mientras susurraba palabras obscenas. Además de una nueva erección, Thomas pudo sentir que su corazón latía más fuerte, y que la joven que tenía al lado era alguien muy querida, muy deseada, muy amada... Sabía, no entendía cómo, que aquella bella y cariñosa mujer lo era todo para él. Thomas estaba enamorado.
A lo lejos, y por encima del verde horizonte de la pradera, Thomas vio que una moto se aproximaba a gran velocidad. Cuando llegó hasta donde ellos, el motociclista se sacó el casco: era Virna. Sin decir ni una palabra, sacó una cajita de su bolso y se la entregó a Thomas. Entonces él abrió el paquete y miró el interior: había una tarjeta de cartulina roja en cuya superficie, con letras amarillas, estaba escrito “Despierta”.
-¡Uau! ¿Qué fue eso? -exclamó Thomas, cuando despertó y sacó la cabeza del espeso líquido gelatinoso.
-Fue un cibersueño del tipo sexual y romántico -sonrió Virna, revelando una dentadura blanca y perfecta.
-¡Dios mío, no sé qué me pasó, pero creo que amo a la mujer que estaba en mis sueños! Lo curioso es que ni sé cómo se llamaba.
-No se entusiasme tanto, señor Crownkiny. Acuérdese que fue apenas un sueño. La droga que le inyecté al inicio tiene una sustancia que hará con que olvide que “ama” a aquella mujer. Hacemos esto para que nuestros clientes no pierdan la cabeza por una simple fantasía.
-Entiendo -dijo Thomas, en voz baja, sin dejar de reparar que Virna era realmente hermosa... y que tenía un cuerpo decididamente escultural.
-Y bueno, ¿qué le pareció la experiencia? ¿Aceptará pasar parte de sus vacaciones con nosotros?
-Parte, no... ¡todas las vacaciones! -respondió eufórico.
En casa Max le dijo, con todas las letras, que debía estar completamente loco. Un par de meses era lo ideal. Cuatro meses, hasta que era aceptable. Pero, ¡un año entero! Locura. Thomas, sin embargo, estaba entercado. ¿Qué problema había en aprovechar al máximo las vacaciones dentro de un cibersueño? Después de todo, las personas de hoy tenían una eternidad para experimentar toda suerte de experiencias, sean éstas reales o virtuales. Por su parte, Max había decidido invertir sus vacaciones en una expedición recreacional hacía el centro de la Tierra.
-Max, ¿por qué no me cuentas lo que soñaste en tus últimas vacaciones? -preguntó Thomas.
-Me la pasé escuchando conciertos -respondió.
-¡Qué aburrido!
-Ni tanto. Sucede que los conciertos estaban ambientados en el siglo XVII. Pude conocer “personalmente” a Bach, Mozart y otros más. Pero eso no es todo: en sueños conocí a Casanova, que me enseñó una serie de trucos para conquistar todo tipo de mujeres. Fue estupendo...

III

Durante un año entero, Thomas se la pasó sumergido dentro de una cápsula de hidrogel en una de las tantas sucursales de la Ensueños Inolvidables S.A. Había optado por un programa compuesto de sexo, romance y aventura.
Soñando, contrajo matrimonio con Rebeca, su amor platónico de la escuela secundaria. Tuvo con ella dos hijos varones y, con la amante esporádica, su ex-profesora de química -que se llamaba Doris-, una hija. Su “vida” consistía en trabajar cuatro días por semana como bioingeniero en una gran corporación internacional, para luego divertirse el resto del tiempo con ambas familias. Practicaba sexo, casi todos los días, con su otra amante, una compañera de trabajo que sufría de ninfomanía. Algunas veces era enviado, por razones de trabajo, a la selva amazónica; otras veces a las profundidades de las junglas africanas. En ciertas ocasiones tenía que luchar cuerpo a cuerpo con feroces caníbales y terribles fieras. Cuando la suerte se lo permitía, salvaba lindas mujeres de las oscuras y tenebrosas florestas. Ellas, perdidamente enamoradas, pasaban también a ser sus amantes. En sueños descubrió una técnica revolucionaria de recuperación genómica, capaz de reconstruir el genoma humano ancestral por entero. Este descubrimiento lo realizó justamente cuando el programa del cibersueño en el que se encontraba creó la hipotética situación en que la humanidad estaba al borde de la extinción, nada menos que por falta de variabilidad genética; con este gran logro se volvió el héroe de la humanidad. Vivía feliz y completamente realizado. Pero el sueño acabó.
Al despertar recibió una dosis extrafuerte de drogas especiales para desarraigarse de cualquier sentimiento que por ventura lo mantuviese unido al mundo virtual. Las drogas hicieron rápidamente su efecto y Thomas salió de ahí bastante satisfecho, prometiendo volver dentro de diez años más.
Siete años después de sus primeras vacaciones dentro de un cibersueño, una peste natural surgió en el Sistema Solar de forma rápida y espontánea. La peste dejó su marca en el corazón de Thomas al llevarse la vida de Max. El manto frío de la muerte se extendió de forma asustadora; muchas personas morían de un día para otro. La maciza mortandad que arrasaba la población implacablemente no era, definitivamente, el regreso de los genes de la muerte, extirpados del genoma humano en el Día que la Muerte Murió. Lo que realmente estaba eliminando a las personas era el terrible virus negro, llamado así porque quienes lo contraían desarrollaban, además de edemas agudos en la mayoría de los órganos, una intensa pigmentación oscura en la piel. En apenas ocho meses el virus logró diezmar cerca de 80% de los cuatro mil millones de habitantes del planeta. Los supervivientes, ochocientos millones, a pesar de asintomáticos, estaban infectados y sabían que en cualquier momento una de las nuevas mutaciones de este patógeno podía conducirlos a la muerte.
El virus negro rápidamente se tornó objeto de pánico debido a los millones de almas que solía llevarse en un abrir y cerrar de ojos. Su virulencia era tanta que antiguas enfermedades, tales como la gripe española y el SIDA, parecían simples resfriados. Resultado de una mutación imposible de ser imaginada, el virus del SPO (Síndrome de la Piel Oscura) tuvo su origen a partir del parvo virus felino, el cual sufrió una drástica modificación genética a causa de una hibridación cruzada con el virus del herpes humano y ciertos fragmentos nucleicos de la bacteria del carbunclo bovino, aquella que una vez fuera usada masivamente en actos terroristas durante el siglo XXI. La inclusión de partes del genoma bacteriano le dieron una característica que para la mayoría de los humanos habría de ser fatal: la reproducción fuera de un ambiente celular. Por medio de este mecanismo, los virus se reproducían por doquier y, a cada nueva generación, centenas de mutaciones afloraban espontáneamente. Cuando una vacuna era desarrollada para un serotipo específico de virus, muchas nuevas mutaciones surgían y acababan provocando numerosas muertes más.
Thomas era uno de los afortunados supervivientes. Cierta mañana, cuando se encontraba escribiendo una materia sobre los primordios de la biología molecular, él y los pocos colegas que todavía restaban en el DNA News recibieron, con alegre sorpresa, una invitación del Instituto de Genética Avanzada de Boston, Estados Unidos. La reunión en Boston, entre otras cosas, tenía por objetivo discutir la insólita teoría del biólogo australiano Arthur Eliot. La teoría en cuestión defendía que el hombre, al extirpar los genes responsables por la casi olvidada “muerte natural”, había roto lo que él llamaba de “Contrato Natural”. De hecho, desde 2150, año en que el ser humano pasó a morir apenas por accidentes o enfermedades infecciosas raras, la muerte provocada por la vejez y sus consabidas consecuencias pasaron a ser parte de la historia. Cuando Thomas cumplió siete años, en el verano de 2157, sus padres le hicieron saber que él y su hermano pertenecían a una nueva raza de hombres, hombres que, a diferencia de ellos, interrumpirían el envejecimiento corporal a la edad de 30 años y vivirían por tiempo indeterminado.
La “Terapia de Corrección Genética” se hizo parte de las políticas públicas de salud de todos los países del globo. En la memorable década del 2150, nada menos que 4 mil millones de niños (de cero a diez años) de todas las naciones del mundo y de las colonias lunares y marcianas, recibieron una vacuna con los llamados “genes inmortales”, que se encargaron de eliminar y sustituir del ADN los genes de la muerte, los cuales parecían “despertar” y volverse activos a partir de los treinta años de edad. Veinticinco años antes de esta fecha (toda una generación), el mundo decidió, durante el Forum Mundial sobre Ciencias de la Vida, de 2125, que todas las parejas que así lo quisieran podían programarse para tener hijos entre 2140 y 2160, a fin de inmortalizar la estirpe de sus familias. Considerando que en aquella época existían en la Tierra seis mil millones de hombres y seis mil millones de mujeres, no fue tan difícil juntar aproximadamente tres mil millones de parejas fértiles y perfectamente aptas para tener descendencia durante aquel histórico período. Fue acordado que cada nación, independiente de su población, podría “eternizar” el mayor número posible de niños, a excepción de países como China e India, que por razones obvias tuvieron que aceptar un número preestablecido por el resto del mundo.
Pocos años después de haberse extirpado los genes de la muerte, fue constatado que, al llegar a la adolescencia, los inmortales no desarrollaban caracteres sexuales secundarios. Los científicos concluyeron: ya que la muerte no existía, la perpetuación de la especie, por medio de la reproducción sexual, no era más necesaria. Fue concluido también que los genes de la muerte tenían una estrecha relación con el sexo, posiblemente a través de la pleiotropía, fenómeno poco comprendido en aquella época. Frente a la posibilidad de crear una humanidad, digamos, asexuada, el mundo decidió que los inmortales deberían desarrollar los caracteres sexuales secundarios y disfrutar de los placeres del sexo, a ejemplo de sus padres mortales. Lo máximo que la ingeniería genética consiguió, sin embargo, fue la caracterización del género masculino y femenino, pero jamás se logró encontrar la forma de despertar la atracción entre sexos opuestos. Fue el precio que los inmortales pagaron a cambio de la vida eterna.

IV

La conferencia de Eliot duró aproximadamente tres horas. Al finalizar, los pocos presentes que restaban se retiraron melancólicamente del auditorio. Thomas se quedó observando como Eliot recogía sus anotaciones y apagaba la pequeña lámpara de la mesita que le sirviera de apoyo durante la charla.
Con la impaciencia de los científicos poco acostumbrados al escepticismo de un público demasiado erudito, Eliot exclamó en voz alta: -¡qué sarta de insensatos!
-Pienso lo mismo -bostezó Thomas, desde la solitaria penumbra de una hilera de butacas forradas con terciopelo azul.
-¿Con quién tengo el gusto? -preguntó Eliot, dirigiendo una lánguida mirada hacia la platea.
-Me llamo Thomas Crownkyohnolev, doctor Eliot. Vengo de Londres y trabajo en el...
-¿Puedo preguntarle por qué se ha quedado hasta el final de mi conferencia? ¾interrumpió.
-La verdad es que no presté mucha atención en sus palabras, doctor.
-Bueno, para variar, es siempre así. Entonces, ¿qué lo detuvo, acaso estaba durmiendo?
-Soñando, para ser exacto, pero despierto, claro.
-Hum.
-Una de las partes de su teoría me hizo recordar un cibersueño que tuve hace algunos años.
-¿Ah, sí?
-Sí. Fíjese que, casualmente, en este sueño llegué a recuperar la secuencia original de los genes del cromosoma cuatro.
-Entiendo -dijo Eliot, pero sin mucha convicción, en parte porque todo el mundo sabía que la secuencia original se había perdido, y en parte porque se encontraba algo molesto con la fría e incrédula acogida que su teoría había tenido.
-Yo también creo que un contrato ha sido quebrado con la naturaleza. Creo también que estamos irremediablemente destinados a la extinción, a no ser que recuperemos los genes perdidos.
-Vaya novedad, señor... señor... ¿cómo dijo que se llamaba?
-Thomas Crownkyohnolev.
-Ah, sí, ¿de Londres, verdad?
Thomas asintió con la cabeza.
-Qué le parece, señor Crownkynolini, si lo invito a almorzar y así aprovechamos para que me cuente algo más sobre su sueño.
-Muy amable, doctor. Nada me daría más placer.
Eliot llevaba los pantalones sostenidos por tirantes de color anaranjado chillón. La basta le quedaba corta y se le notaban los calcetines oscuros a rayas. Al sentarse a la mesa, cogió la servilleta de paño y, para espanto de Thomas, se sonó la nariz a todo volumen. Luego amarró la servilleta en el primer ojal de la camisa sin planchar que vestía.
-Así que en usted logró, al menos en sueños, reconstruir toda la secuencia del cromosoma cuatro -comentó Eliot, al mismo tiempo en que devoraba una indefensa mazorca de maíz cocido-. Para haber soñado eso usted debe tener muy buena memoria y excelentes conocimientos de genética molecular.
-Hace más de cien años que me dedico a la biología molecular. Sin embargo, tengo que ganarme la vida como periodista en el DNA News...
-¿Y se puede saber cómo logró reconstruir las secuencias faltantes del cromosoma cuatro? -preguntó Eliot, algo impaciente.
-Ya hace varios años de eso. Lo poco que recuerdo es que cloné la secuencia 384870 del gen FLJ25193 del cromosoma catorce y la introduje al cromosoma cuatro.
-¿Cromosoma catorce? -dijo Eliot, dándole unos minutos más de vida a la mazorca que tenía entre los dientes.
-Exacto.
-¿Por qué justamente del cromosoma catorce?
-No lo recuerdo muy bien, pero creo que fue porque descubrí que los genes de la longevidad del cromosoma cuatro eran pleiotrópicos, y que tenían una relación directa con este alelo del cromosoma catorce.
-Entiendo -dijo Eliot, no pudiendo disimular que comenzaba a interesarle el sueño de Thomas.
-Al dejar activa esta secuencia en el cromosoma cuatro -prosiguió-, pude observar que en el sector AC112657.2 del cromosoma equis, y en sector AC010682.2 del cromosoma ye, se volvían activos los genes AMELX y LOC84664, respectivamente, los cuales, tal como ciertos estudios parecen sugerir, eran los responsables por el apetito sexual en hombres y mujeres. Lo curioso es que ambos genes también resultaron ser pleiotrópicos.
-No me diga.
-Sí. Y fíjese que estos eran responsables por la producción de una proteína que activaba los genes FLJ25193 y CPSF2 del cromosoma cuatro, los cuales, al parecer, tenían algo a ver con las secuencias 26279391, 26279631 y 26280051, responsables por el ensamblaje de la enzima que activa los genes de la muerte.
-¿Y? -preguntó Eliot, como esperando que le dijeran que había ganado la lotería.
-Y eso es todo, doctor. El resto lo he olvidado por completo.
-¡Hombre! ¿No se da cuenta de que lo que me acaba de decir puede ser la salvación de la especie humana?
-¡Cómo! Pero, si fue apenas un sueño.
-Sueño o no, usted acaba de relatarme un proceso de reconstrucción genética jamás imaginado por ningún ingeniero molecular.
-¿De veras?
El entusiasmo hizo con que Eliot se atorara con un grano de maíz. Para no ahogarse, tosió con tanta fuerza que todos los presentes se voltearon a mirarlo. Thomas, que era tímido, quería volverse invisible en ese momento. Una vez recuperado, Eliot cogió la botella de agua mineral y, de un solo sorbo, se tomó la mitad del contenido.
-¿Qué le parece si reproducimos su experiencia en otro cibersueño? -atinó a decir Eliot, ya más recompuesto.
-Bueno, por mí no hay ningún problema ¾sonrió Thomas.
-Podemos utilizar la técnica del tercer cerebro para que yo también pueda participar de su investigación virtual.
-Bueno, si usted paga ¿por qué no?
Thomas y Eliot se dirigieron a una sucursal de la Ensueños Inolvidables S.A. que había en el centro de Boston. Los últimos adelantos en cibersomniología hacían posible con que dos o más personas pudiesen compartir el mismo sueño transfiriendo sus actividades cerebrales para un tercer cerebro, que se encontraba alojado en el cuerpo de un ser vegetal, especialmente creado para ese fin.
De acuerdo con las instrucciones de Eliot, él y Thomas deberían encontrarse en un sueño que se pareciese lo máximo posible al ambiente y a la situación en que ambos se habían conocido. A diferencia de la realidad, en que ni el uno ni el otro sabían a ciencia cierta cómo reconstruir los fragmentos perdidos del cromosoma cuatro, Thomas reviviría la fantasía en que era el héroe de la humanidad y que conocía, de hecho, la forma de recuperar el genoma humano ancestral. Ya Eliot sería un periodista científico que había logrado convencer a Thomas para que le diese una entrevista.
-¡Qué sarta de insensatos! -rezongó Thomas al terminar la conferencia en que daba a conocer su teoría sobre el “Contrato Natural” -. ¿Así es como me pagan, después de haber salvado la humanidad de la extinción?
-Pienso lo mismo -dijo Eliot, desde el vacío auditorio del hotel Hilton.
-¿Con quién tengo el gusto? -preguntó Thomas, sin reconocer ni el rostro ni la voz de su interlocutor.
-Me llamo Arthur Eliot, doctor Crownky..., Crownskeno...
-Crownkyohnolev.
-Sí, eso mismo, es que su nombre me es medio difícil. Bueno, he venido de Londres y trabajo en el...
-¿Puedo preguntarle por qué se ha quedado hasta el final de mi conferencia? ¾interrumpió.
-¿No se acuerda que por holófono quedamos en que me concedería una entrevista después de su conferencia?
-Ah, sí, ahora me acuerdo.
-Yo también creo que un contrato llegó a ser quebrado con la naturaleza -añadió Eliot-, y que este atrevimiento nos puso al borde de la extinción. Si no fuese por su notable trabajo de recuperación del genoma ancestral, probablemente estaríamos muertos ahora.
-Lo curioso es que toda la comunidad científica parece pensar lo contrario, señor... señor... ¿cómo dijo que se llamaba?
-Arthur Eliot.
-Ah sí, ¿de Londres, verdad?
Eliot asintió con la cabeza.
-Qué le parece, señor Eliot, si lo invito a almorzar y así aprovechamos para gravar la entrevista...
-Muy amable, doctor Crowkylolev, digo, Crownkyohnolev. Nada me daría más placer.
Thomas y Eliot llegaron a un restaurante japonés situado en las afueras de Boston. Por donde pasaba, Thomas era holografiado y asediado para dar autógrafos, sobretodo por bellas y jóvenes damas que parecían irremediablemente atraídas por el brillo de su fama.
-Así que usted es reportero del DNA News ¾comentó Thomas, deleitándose con un bocado de sushi-. Para que lo hayan enviado a que me haga una entrevista usted debe tener excelentes conocimientos de genética molecular.
-Hace más de cien años que me dedico al periodismo científico. Sin embargo, mi verdadera afición es la biología molecular.
-Bueno, ¿y que quiere saber de mí?
-Todo, pero principalmente cómo logró reconstruir las secuencias faltantes del cromosoma cuatro -respondió Eliot.
-Muy simple, hombre: después de clonar la secuencia 384870 del cromosoma catorce, la implanté y la dejé activa en el cromosoma cuatro. Pude observar, entonces, que en el sector AC112657.2 del cromosoma equis, y también en el sector AC010682.2 del cromosoma ye, se volvían activos los genes AMELX y LOC84664, respectivamente. Lo curioso es que ambos genes resultaron ser pleiotrópicos, pues eran responsables por la producción de una proteína que activaba los genes FLJ25193 y CPSF2 del cromosoma cuatro, los cuales estaban directamente relacionados con las secuencias 26279391, 26279631 y 26280051, responsables por el ensamblaje de la enzima que activaba los genes de la muerte.
-¿Y? -balbució Eliot, completamente apoderado por la ansiedad.
-Lo noto alterado, señor Eliot, ¿está usted bien?
-Estoy bien, doctor, lo que pasa es que sus palabras me han emocionado profundamente. No todos los días a uno le toca entrevistar alguien tan importante como usted, sobretodo alguien responsable por la salvación de la especie humana.
-Bueno, hombre, pero si no es para tanto.
-¿Podríamos continuar con su relato, doctor Crownkiño? -solicitó Eliot, haciendo un esfuerzo sobrenatural para no estallar de emoción.
-Claro. ¿Dónde estábamos?
-En que los genes FLJ25193 y CPSF2 del cromosoma cuatro tenían algo a ver con la enzima que activa los genes de la muerte.
-Exacto. Sucede que los genes de la muerte se encargaban también de ensamblar la proteína AVBG67679, la cual, por extraño que parezca, activaba los iniciadores de la polimerasa XY78, responsable por la síntesis del fragmento CTCCTCTCCC, el cual tiene por objeto codificar otro iniciador, esta vez el del gen que estimula la actividad de los cromosomas sexuales masculino y femenino. Como usted ve, todo esto parece una tremenda ensalada de verduras...
-¡Ahora entiendo! -gritó Eliot, fijando la mirada en el vacío, como si estuviese viendo todo el desenlace de la revelación que Thomas le acabara de hacer-. Es imperativo que pruebe esta hipótesis en el laboratorio.
-¿De qué habla? El procedimiento de reconstrucción genómica ya fue probado, y con excelentes resultados por cierto -exclamó Thomas.
-Discúlpeme, doctor Crownikín, me refería a la otra realidad.
-¿Qué realidad?
-Olvídelo, doctor.

V

Antes de someterse al cibersueño, Eliot había dado órdenes estrictas para que lo despertaran antes de que Thomas. De vuelta al mundo real, pidió que las sinapsis de su compañero fuesen devueltas al cerebro original y que lo dejasen soñar por un par de meses más. Transcurrido ese tiempo, los técnicos de la Ensueños Inolvidables S.A. recibieron un pago extra para borrar de la memoria de Thomas todos los recuerdos sobre el sueño que tuvo hace varios años, y también todo lo que hizo y conversó con Eliot durante su estadía en Boston.
Tres años después, Arthur Eliot se dirigía con una gran escolta hacia el edificio de las Naciones Unidas, en Washington. Más de cien mandatarios de todo el mundo habían acudido para entregarle, ese día, el premio “Héroe de la Humanidad”, por la increíble proeza de haber reconstruido el genoma humano ancestral, que hizo nuevamente posible la reproducción sexual y, así, el aumento y expansión de la variabilidad genética de la especie. Los sobrevivientes de la peste negra habían logrado pasar a su descendencia los genes de resistencia a tan terrible patógeno. Los bebés ya nacían con inmunidad natural y la población del planeta comenzaba a dar señales de crecimiento, lo cual llenaba de esperanzas al mundo entero.
-Es para mí una gran honra recibir este importante premio -dijo Eliot, firme y de frente al numeroso público-. Imposible no dedicar esta victoria a la ciencia y a todos aquellos que no consiguieron sobrevivir a la arrogante miopía de nuestros padres. Ojalá que la historia saque provecho de estas páginas negras y haga lo posible para que la generación que está llegando no cometa los mismos errores del pasado.
El discurso de Eliot fue interrumpido momentáneamente por un estruendo de aplausos demorados. Todos los presentes estaban de pie. Las luces de las cámaras holográficas no paraban de pestañar.
-Antes del Día que la Muerte Murió -continuó-, varias hipótesis intentaron explicar el porqué de la muerte del hombre y de los seres vivos en general. Desgaste de tejidos y órganos, velocidad e intensidad metabólica, radicales libres, acumulación de desechos, descontrol del sistema inmunitario, errores genéticos, mutaciones desfavorables, antagonismo pleiotrópico y otros más, fueron las explicaciones más plausibles. La muerte era encarada como algo absolutamente natural, así como la extinción de las especies. Tanto muerte como extinción encajaban perfectamente en el rompecabezas de la evolución. Como dijera el legendario August Weismann, con relación a esto: “La existencia ilimitada de los individuos sería un lujo sin el correspondiente beneficio evolutivo.”
Un nuevo estruendo de aplausos se dejó sentir en el recinto. Otra lluvia de luces hizo brillar la escuálida figura de Eliot, que permanecía callado, ahogado en su propia vanidad.
-Algunas hipótesis que explicaban la muerte de los hombres resultaron ser verdaderas, otras no. Las verdaderas tuvieron que ser amenizadas y hasta eliminadas por medio de la Ingeniería Genética, como fue el caso, por ejemplo, de los radicales libres y el desgaste de los tejidos...
Más aplausos y más holografías.
-La inmortalidad fue un lindo sueño, que permaneció hermoso mientras duró. La ilusión de la inmortalidad dio lugar a la pesadilla de la extinción. Nunca en la historia de la humanidad estuvimos tan cerca de la muerte definitiva. Doy gracias a Dios por habernos despertado a la realidad y le pido perdón a la naturaleza por haber roto el contrato que la vida firmó con ella hace millones de años: aquel contrato que dice que, para vivir, hay que morir...
Al cabo de tres horas de discurso, Eliot recibió los aplausos, ya cansados, de todos los que acudieron a la trascendental ceremonia. Las capitales y principales ciudades de todos los países del mundo se regocijaban en medio de grandes fiestas y espectáculos pirotécnicos. Todo el planeta desbordaba de felicidad, no sólo por saber que el fantasma de la extinción se había marchado, sino también por la alegría que el sexo, la paternidad y la nueva generación de niños traían consigo. Los adultos tricentenarios se dejaban contagiar por la inocente alegría de una niñez pujante y venturosa.
Mientras metía sus papeles en el maletín de cuero teñido de verde limón, Eliot dirigió la mirada hacia una voz, que a lo lejos lo llamaba con insistencia: era Thomas, que le imploraba para que le concediese una entrevista. Eliot hizo un ademán para que los guardias lo dejaran llegar hasta él y, como si no supiese de nada, preguntó:
-¿Con quien tengo el gusto?
-Me llamo Thomas Crownkyohnolev, doctor Eliot. He venido de Londres para cubrir este importantísimo evento. No sé cómo agradecerle que me haya hecho caso, espero no tomar mucho de su valioso tiempo.
-Oiga, estoy con hambre. ¿Que le parece si me acompaña hasta el salón de fiestas y charlamos un poco?
-Pero, ¿no estoy siendo inoportuno? Fíjese en la cantidad de mandatarios que están a su espera para felicitarlo ¾observó Thomas, todavía incrédulo.
-No se preocupe con ellos, señor Crowcodrilo. La verdad es que ya estoy cansado de hablar con todo tipo de mandatarios y monarcas. Ahora quiero dedicar un tiempo a la prensa especializada.
-Bueno, doctor, como quiera. Para mí será una gran honra.
-Le aseguro que para mí también, señor Crownkyn..., Cronylov..., ¿cómo me dijo que se llamaba?
-Crownkyohnolev, doctor. Thomas Crownkyohnolev.
-Sí, sí, eso mismo. Vamos a comer antes que la comida se acabe.


FIN

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