I
A pesar de haber sido limpiado con esmero, el piso de la oficina del teniente Carlos Aranda exhibía, de forma obstinada, las grotescas manchas de sangre del traficante que fuera capturado la noche anterior. El calor y la intensa humedad de Lima dejaban el aire cargado y maloliente. Carlos rezaba para que su asma no empeorase con los hongos que solían proliferar durante esa época del año. A veces los ataques eran tan severos que se veía obligado a tomar unos días de licencia para viajar a algún pueblo de la sierra, no muy lejos de Lima, donde el aire era un poco más puro y seco. Para entrar a la Policía tuvo que recurrir a los conocidos de su padre, pues, con el tórax hundido por el asma que padecía desde niño, difícilmente habría pasado el examen médico obligatorio. Cuando tomó asiento en la dura silla de madera que se hallaba acorralada entre la pared y un pequeño escritorio de metal, el teléfono tocó:
¾¿Teniente Aranda?
¾Sí, sargento Vergara, lo escucho...
¾Teniente, apareció otro cadáver sin manos.
¾¡Carajo! ¾maldijo Aranda¾ ¿Dónde fue esta vez?
¾En la morgue de Ventanilla, señor.
¾¡Ese maldito desgraciado va acabar por dejarme loco!
Aranda hizo una pausa. Aspiró la cortisona de la bombilla de Ventolín que siempre llevaba en el bolsillo del saco.
¾Eso no es todo, teniente ¾prosiguió el subordinado.
¾¿Ah, no?
¾El cadáver mutilado era de un padre que falleció anteayer. El obispo del Callao está indignado...
¾¿Él habló con usted, sargento?
¾Sí, señor. Me dijo que cómo era posible que hasta ahora no hayamos podido agarrar al misterioso ladrón de manos.
¾Hum... sólo eso faltaba: la Iglesia metiéndose en los asuntos de la Policía.
Hacía más de dos meses que Lima estaba siendo atacada por el “Fantasma de la Morgue”, como la prensa llegó a bautizarlo. Carlos ya veía los encabezados del día siguiente: “Misterio en la morgue de Ventanilla: cuerpo de padre aparece sin manos; la Policía continúa sin ninguna pista”.
Varias hipótesis habían sido levantadas en todo el país desde que comenzaron a aparecer los cadáveres mutilados. La policía de Arequipa, por ejemplo, sostenía que un sicópata con delirios de fetichismo sexual sería el responsable por estos actos. Los sicólogos de la policía limeña concordaban con esa versión. Sin embargo, había ciertos detalles del modus operandi que no se encajaban con la explicación oficial. Carlos dudaba que un sicópata fuera, digamos, tan fino y meticuloso como para cortar sus víctimas con tan precisa delicadeza; además, junto con las manos desaparecían también los informes forenses. «¿Qué sicópata se interesaría por semejante información?», pensaba con insistencia. Presintiendo que su jefe lo iba a llamar esa misma tarde para que lo pusiera al tanto del asunto, Carlos decidió ir personalmente hasta Ventanilla, a regañadientes, pues no soportaba ver muertos.
Parecía un gran chancho recién sacrificado. Tendido sobre la camilla de aluminio yacía el obeso cuerpo del padre Paco Gajardo, jesuita español radicado en Perú hacía diez años. Del dedo gordo del pie derecho colgaba una etiqueta de color amarillo, en la que se podía ver un número escrito con lapicero.
¾¿Está viendo esta estructura blanca, teniente? ¾observó el forense, señalando con la punta de una pinza la muñeca del cadáver.
¾Sí, ¿qué es? ¾le preguntó Carlos.
¾La articulación metacarpofalángica ¾respondió el forense, entusiasmado.
¾¿Y qué tiene eso de especial?
¾Sólo alguien con buenos conocimientos de anatomía sería capaz de seccionar el pulso sin dañar esta estructura. El corte ha sido hecho con mucho cuidado; seguramente fue usado un bisturí eléctrico.
Carlos inclinó su cuerpo para observar las muñecas más de cerca, pero, como un gato, dio un salto para atrás: el olor a formol le exacerbó violentamente el asma.
¾¿Alguna razón para proceder así, doctor? ¾atinó a preguntar, después de recuperar el fatigado aliento.
El forense sacudió la cabeza y levantó las cejas escasas y rectas.
¾El que lo hizo parece que quería retirar el miembro lo más intacto posible ¾respondió¾; un corte seco hubiese quebrado los huesos de la mano.
¾Hum... entiendo. Dígame una cosa, doctor, ¿además de las manos, alguna otra cosa fue robada?
¾Bueno, ya que lo pregunta, la ficha de la autopsia y la historia clínica del padre, que nos llegó del Hospital San Juan, también desaparecieron. ¿Qué raro, no?
Esa tarde el coronel José Buendía no estaba de humor para nada. Cuando Carlos se presentó para relatar su último informe, la secretaria lo hizo esperar en la antesala más de una hora. El aire acondicionado del recinto le cerró el pecho en el acto.
¾¿Cómo se atreve a decirme que no tiene ninguna pista, teniente? ¾vociferó el nada cortés coronel Buendía. Sus ojos, enmarcados por párpados regordetes, parecían soltar rayos luminosos.
¾A pesar de todos los esfuerzos hechos hasta ahora, no tenemos absolutamente nada, mi coronel.
¾¡Esto es el colmo! ¾gruñó Buendía¾. El cojudo del Ministro del Interior me llama por teléfono a cada rato para saber si ya tenemos alguna pista de ese maldito loco. Ayer el Diario Ojo colocó en la primera plana una foto mía; pero adivine: ¡salí sin manos! Soy el hazmerreír de toda la Policía Nacional.
¾Señor, usted sabe que sin más hombres no puedo hacer nada para resolver este caso ¾se quejó Carlos, dejando escapar un pito agudo de los pulmones.
¾Bueno, ¿y qué es pues lo que necesita, teniente?
¾Por lo menos quince hombres más, para colocar tres turnos de vigilancia en cada una de las cinco morgues de la ciudad.
¾Eso ya fue hecho en otras ciudades y no dio ningún resultado. ¿Por qué cree usted que esta vez logrará agarrarlo con este método?
¾Por el simple hecho que, en vez de hombres uniformados, pretendo poner agentes disfrazados de médicos o de personal de limpieza.
Buendía levantó los hombros engalonados y se rascó la cabeza. Se levantó apresurado, entró al baño, salió igualmente apresurado y, ya más aliviado, dijo:
¾Está bien, teniente, mañana mismo tendrá los quince efectivos que solicita. Ojalá nomás que dé resultado.
¾Por lo menos vamos a intentarlo, señor.
Tal como temía, apenas diez agentes extras aparecieron al día siguiente en su oficina. Eran seis hombres y cuatro mujeres, bastante jóvenes, algunos con expresión de haber salido recién del colegio.
¾Señores ¾comunicó Aranda, solemne¾, ustedes han sido escogidos para participar de una operación secreta. A partir de esta tarde cada uno usará un disfraz y tendrá que permanecer en las morgues de la ciudad en turnos diarios de doce horas.
¾Entonces, el caso es sobre el Fantasma de la Morgue, ¿verdad, teniente?
¾Exacto, cabo... cabo...
¾Escobar... Polidoro Escobar, mi teniente ¾le respondió solícito su entusiasta interlocutor, haciendo sonar los tacos de sus botas negras y brillantes.
¾Justamente, cabo Escobar. Como todos deben saber, hace un buen tiempo este astuto ladrón ha mutilado, sólo en Lima, más de cien cadáveres, entre ellos el cura de Ventanilla, que murió hace unos días. En otros departamentos, como Arequipa y Junín, la lista de los cuerpos profanados pasa de los doscientos.
¾Señor, ¿puedo hacer otra pregunta? ¾intervino Escobar, aclarándose la voz para que lo entendiesen mejor.
¾Sí, cabo, ¿qué quiere saber?
¾¿Tenemos orden de disparar?
Carlos comenzó a toser. Rápidamente sacó su inhalador y lo aspiró con entusiasta necesidad. Los presentes se miraron con ojos interrogantes.
¾De ninguna manera... cof, cof. Si logran verlo sacándole las manos a algún muertito, usen el celular y pidan refuerzos. El Fantasma tiene que ser capturado vivo. Repito: ¡vivo! Yo entiendo, que como son recién salidos de la Escuela de la Policía, están que se mueren de ganas para dar unos cuantos tiros, ¿no? Esta ingrata profesión ha de enseñarles que disparar balas sólo trae problemas.
II
El cabo Escobar fue destacado esa misma noche a la morgue del Hospital Alcides Carrión, en el corazón de Barrios Altos. El silencio de la muerte lo hacía imaginar cosas; a veces se acordaba de cómo se asustó cuando, aún niño, sus hermanos mayores lo llevaron a ver una película de vampiros. Su miedo llegó a volverse tan irracional que hasta antes de los quince años no se atrevía a ir solo al baño. Tenía miedo de que de la tina de hierro enlozado saliese, de repente, y con los ojos inyectados de sangre, el conde Drácula. La silenciosa tranquilidad de aquella noche fue interrumpida cuando llegó una de las ambulancias del hospital con la sirena apagada.
¾Ahí viene el primero: la noche parece que promete ¾comentó el residente que se encontraba de guardia en la morgue.
¾¿Quién está llegando? ¾preguntó Polidoro, curioso.
¾Un muerto pues; si todavía estuviese vivo la sirena de la ambulancia ya hubiera despertado todo el barrio, ¿no te parece? Fíjate, este está llegando a las once, que todavía es temprano. A partir de las dos de la madrugada vas a perder la cuenta de cuantos pasan por esa puerta.
¾¿Y siempre es así? ¾tembló Polidoro, haciendo repiquetear su garganta con la saliva que engullía en seco.
¾Sólo los fines de semana. La mayoría muere en accidentes de carro por manejar embriagados.
De hecho, como era sábado, llegaron unos veinte difuntos, siete de los cuales habían muerto a cuchilladas en peleas de bar. Con un gélido y ahogado espanto, Polidoro observaba cómo el médico abría los cadáveres y, tras una breve ojeada a las entrañas ensangrentadas, anotaba en una ficha de papel la supuesta causa de la muerte.
Pasaron varios días sin ningún otro episodio de mutilación de cadáveres. Era evidente que el Fantasma de la Morgue se había percatado de la disfrazada presencia de los policías. Los periódicos sensacionalistas se ocupaban ahora de los increíbles videos dejados por Vladimiro Montesinos, brazo derecho de Alberto Fujimori, en que se lo veía sobornando toda suerte de congresistas. El teniente Aranda aprovechó la providencial distracción de la prensa para recapacitar acerca de lo que se había conseguido avanzar hasta el momento.
¾¡Nada, carajo! Casi tres semanas de constante vigilancia y nada
¾exclamó.
Aranda se quedó pensativo. Miró por la ventana el cielo nublado de Lima. Aspiró más cortisona. Dio unas cuantas tosidas y siguió pensando.
¾Ya caerá ¾lo animó Sergio Canales, el sicólogo criminalista.
¾Creo que mi plan no dio resultado; ese pendejo debe haberse dado cuenta de la celada.
¾Vea, teniente, yo pienso que deberíamos investigar el caso indirectamente.
¾¿Cómo así?
¾Muy simple: recuerde que el forense de Ventanilla dijo que quien realizaba las mutilaciones debía tener ciertos conocimientos de anatomía. ¿Por qué no revisamos los archivos del Colegio Regional de Medicina?
¾¿Por qué? ¿Usted cree que por detrás de todo esté algún médico?
¾La hipótesis de un médico podría explicar los cortes perfectos; ya la de un fetichista sexual, el robo de manos. El Fantasma puede ser, además de médico, una persona que sufre de algún tipo de delirio, como por ejemplo, el de la necrofilia. Algunos acostumbran coleccionar “trofeos”, que en este caso podrían ser las manos.
En la recatada oficina de la institución señalada por Canales, el teniente Aranda solicitó hablar con el Decano. Como era de esperarse, el doctor Arias reveló que, efectivamente, en sus archivos figuraban tres médicos con antecedentes de necrofilia. Rápidamente descartaron a uno de los sospechosos pues, hace dos años, el susodicho había quedado paralítico a consecuencia de un accidente de moto. Los otros dos tenían historias parecidas: Eran forenses y habían sido sorprendidos con las manos en la masa por colegas de trabajo. Ambos necrófilos, después de amonestados por sus superiores, no llegaron a dar más señales de sus extraños hábitos escatológicos. A pesar de esto, Aranda decidió investigar, con la ayuda de Canales, a los doctores Javier Romero y Toribio Barbosa.
Después de dos días de averiguaciones, Romero también fue descartado ya que hace algún tiempo había emigrado para Estados Unidos. Toda la investigación recayó entonces en Barbosa, que trabajaba en el hospital Alcides Carrión y que, por coincidencia, enseñaba medicina forense en San Marcos.
¾Claro que sí, teniente Aranda ¾concordó el doctor Daniel Álvarez, director del hospital Carrión¾, si es para ayudar a desvendar este caso, puede instalar todas las cámaras que usted quiera.
¾Le agradezco la comprensión, doctor Álvarez. El circuito cerrado debidamente camuflado nos permitirá vigilar los pasos de Barbosa sin levantar sospechas.
¾¿Quién diría, no? Y pensar que el Fantasma de la Morgue estaba todo este tiempo debajo de nuestras narices.
¾Bueno, doctor, no debemos concluir nada todavía. Falta probar que Barbosa y el Fantasma de la Morgue son la misma persona.
¾Es verdad, teniente.
Aranda y Canales hicieron guardia durante varias noches seguidas para, desde una sala próxima, observar el comportamiento del sospechoso. Algunas veces Barbosa llegaba a la morgue acompañado de uno que otro alumno de medicina. Las noches en que venía solo, nada de extraño sucedía. Cierta noche, sin embargo, Barbosa llegó con una pequeña maleta azul y sin su habitual guardarropa blanco. Al cerrar con llave la puerta de la morgue, el supuesto Fantasma abrió uno de los nichos refrigerados y jaló el cadáver de una joven que había muerto la noche anterior. Para sorpresa de Aranda y Canales, el necrófilo sacó de su maletín un pequeño secador de pelo, lo prendió y, sin ninguna ceremonia, lo introdujo en la vagina de la mujer. Mientras el secador funcionaba, Barbosa se desvestía y, una vez desnudo y con el falo erecto, se colocó un preservativo, apagó el secador y saltó encima de la mujer. Como un animal en celo, Barbosa comenzó a penetrar el cuerpo sin vida de la pobre mujer.
¾¡Qué animal! ¾exclamó Aranda¾. Nunca en mi vida vi nada semejante.
¾Yo, ya ¾dijo Canales¾. Este hombre padece de lo que en sicología llamamos de “amor necrófilo”.
¾¿Amor? ¾dudó Aranda, adoptando una expresión de asco.
¾Bueno, no exactamente el tipo de amor que usted y yo conocemos y estamos acostumbrados...
¾¡Mire, Canales! ¿Qué está haciendo este loco ahora?
Barbosa colocó el cadáver sobre un sillón y le introdujo el secador en la boca. Al rato, apagó el aparato, se sacó el preservativo y comenzó practicar con ella un macabro felatio. Minutos después, ya jadeante y con los ojos virados para arriba, Barbosa sacó rápidamente el pene y eyaculó encima del todavía tercio cutis de la difunta.
Mudos y boquiabiertos, los observadores ocultos veían cómo el semen de Barbosa escurría por los labios y mejías del cadáver, cuya mirada exhibía una extraña expresión de ausencia.
¾Es ahora que le va a sacar las manos ¾se anticipó Canales.
¾Así que gravemos la mutilación, corremos hacia la morgue y lo capturamos.
¾Muy bien, teniente.
Barbosa, después de vestirse, abrió su maletín y, en vez de un bisturí, sacó un trapo y limpió el rostro de su víctima. Luego recogió todo indicio del acto que había acabado de realizar y devolvió el cadáver a su nicho. Aranda y Canales se miraron y ambos levantaron los hombros.
¾Ni modo ¾suspiró Aranda, resignado¾. De todas maneras lo voy a arrestar para interrogarlo.
¾Yo lo acompaño, teniente ¾dijo Canales, revisando si su arma estaba cargada.
A pesar de haber sido interrogado insistentemente, Barbosa juraba que él no tenía nada que ver con el Fantasma de la Morgue. El teniente Aranda sólo supo que el necrófilo estaba diciendo la verdad cuando, casi enseguida, un nuevo cadáver fue encontrado sin manos.
III
¾¿Cómo que en la morgue del Carrión, cabo? Pero si justamente Canales y yo estuvimos casi toda la noche haciendo guardia: no vimos que el sospechoso cortase las manos de la mujer.
¾Resulta ¾dijo el cabo Escobar¾, que las manos no fueron retiradas de una mujer y sí de un hombre.
Aranda se rascó la cabeza y tomó asiento en su vieja silla de madera. Después de un dilatado momento de ausencia cogió las llaves de su carro y salió corriendo de la oficina. Al llegar al cuarto en donde había estado hace unas horas, buscó ansiosamente el video que contenía la grabación. Después de avanzar la cinta hasta después de que Barbosa abandonó la morgue, Aranda se quedó mirando las últimas horas de la cinta con la esperanza de que luego apareciese el verdadero, y a la vez escurridizo Fantasma de la Morgue.
La imagen estaba en blanco y negro, y se encontraba un poco borrosa. Aranda dio un salto cuando reparó que, por una puerta lateral, se asomaba la cabeza de un joven de unos veinticinco años aproximadamente. El joven, después de cerciorarse de que estaba solo, entró confiante y se dirigió de inmediato hacia los nichos refrigerados. Vestía un guardapolvo blanco y cargaba un pequeño maletín oscuro. Era alto y delgado, algo moreno y de cabellos negros y cortos, como los de un cepillo. Usaba lentes con montura de carey, que le daban un aire de sabelotodo. Como si estuviera en su casa, jaló con fuerza la camilla metálica del nicho número siete y destapó el cuerpo helado de un hombre de mediana edad, muerto de un infarto hace un par de días. Absorto con la identidad del Fantasma revelándose a cada instante, Aranda sintió, de repente, que su corazón se desbocaba y la sangre se le salía de las venas cuando una pesada mano lo agarró por el hombro.
¾¡Carajo, Canales ¾exclamó¾: casi me mata de susto, hombre!
¾Disculpe, teniente. En la comisaría me dijeron que usted podría estar aquí. ¿Qué es lo que lo tiene tan ensimismado?
¾Venga, Canales. Siéntese. Adivine lo que acabo de descubrir.
A los pocos minutos de observar la cinta, los ojos de Canales brillaron.
¾No me diga que...
¾Así es, Canales, nada más y nada menos que el Fantasma de la Morgue en persona.
La cinta pasó a exhibir el meticuloso proceder del bizarro personaje. De su maletín, el sospechoso sacó un bisturí y una pequeña sierra de acero inoxidable. Con inigualable destreza, el Fantasma cortó la piel del difunto dejando al descubierto la musculatura de la muñeca. Posteriormente, con una especie de alicate cortó los tendones y pasó a realizar nuevas incisiones. Los huesos metacarpianos, blancos y brillantes, estaban ahora a flor de piel. Delicadamente, el joven comenzó a serrar las articulaciones y, por fin, logró seccionar la mano derecha. El mismo procedimiento lo aplicó en la mano izquierda. Una vez terminado, forró ambas manos con papel aluminio y las metió dentro de una bolsa de plástico grueso conteniendo, al parecer, cubitos de hielo. Con respetable esmero, el joven lavó sus instrumentos y los guardó en el maletín. Devolvió el cuerpo mutilado a su gélido cubículo y, verificando si no habían moros en la costa, abandonó el recinto callada y subrepticiamente.
¾Bueno ¾sonrió Aranda¾, el misterioso Fantasma está con los días contados. No será difícil identificarlo; hoy mismo por la mañana le pediré al doctor Álvarez la relación de todas las personas que se encontraban en el hospital esta noche, y le pediré también que identifique al elemento que aparece en la cinta. Le ruego que vaya hasta la comisaría y suelte al doctor Barbosa.
Impaciente, y ya viendo su foto en los encabezados de todos los periódicos del país, Aranda no logró cerrar los ojos para descansar, por lo menos un poco, antes que amaneciese. Mal podía esperar que fueran las ocho de la mañana para abordar al director del hospital e intentar conseguir la tan esperada identificación.
¾Sí, sí lo conozco ¾afirmó Álvarez, tajante¾. Este joven ya fue mi alumno y debe estar por acabar la carrera. El problema es que no me acuerdo su nombre.
¾¿No será uno de estos que están en la lista que su secretaria me entregó hace unos minutos? ¾indagó Aranda.
¾A ver ¾dijo¾, poniéndose un par de pesados lentes de fondo de botella¾. Vaya, vaya, pero ¿quién diría? Claro, claro, ahora recuerdo... se llama Hueso. Sí, sí... Abelardo Hueso. Excelente estudiante, por cierto.
¾Debe serlo pues, tal como varios forenses me lo hicieron ver, los cortes que realizó para amputar las manos de sus víctimas fueron impecables.
¾Sin duda alguna, teniente ¾añadió Álvarez, que no salía de su asombro.
Conforme Aranda lo había previsto, ese día su nombre salió publicado en todos los vehículos vespertinos del país.
¡CAPTURAN FANTASMA DE LA MORGUE!
(Por Raúl Montoro, reportero policial de El Comercio)
Grande fue la algarabía de los superiores y compañeros de trabajo del teniente PNP Carlos Aranda Cueto (42), al enterarse que su eficiente subordinado y colega, tras una astuta y demorada investigación al más puro estilo Sherlok Holmes, había logrado capturar al misterioso “Fantasma de la Morgue”, excéntrico criminal que se dedicaba a robar las manos de los muertos. Según el vocero de la comisaría en donde trabaja el teniente Aranda, el famoso Fantasma fue descubierto al quedar registrado en video, sin que éste lo supiese, una de sus macabras incursiones a la morgue del hospital Alcides Carrión, en Barrios Altos. “Fue pura suerte”, dijo el modesto teniente de la Policía Nacional del Perú, Carlos Aranda, al responder a los reporteros sobre la forma cómo descubrió que Abelardo Hueso Blanco (26), estudiante de Medicina Humana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, era el misterioso ladrón de manos. Sin decir palabra, Hueso fue arrestado a las nueve de la mañana de hoy, cuando se disponía a cambiarse de ropa para realizar sus labores como residente del mencionado nosocomio.
El abogado de Hueso, Javier Ganoza, afirma que todo no pasa de un lamentable error y que ha aconsejado a su cliente a no declarar absolutamente nada en su ausencia. El caso está rodeado de artificios legales pues, como lo sostienen los compañeros de estudio del Fantasma, el mismo es de familia acomodada y, por lo tanto, con suficiente dinero para contratar los mejores abogados de Lima. Esperemos que, tal como sucede con la mayoría de los delincuentes que disfrutan de opulentos recursos económicos, este misterioso caso no quede impune, para descontento de los familiares de los mutilados y de la opinión pública en general (más informaciones en la página 12).
IV
El estudiante de San Marcos fue conducido a la sala de interrogatorios. Dentro del reducido cubículo estaban presentes el teniente Aranda, el sargento Canales, el abogado del acusado y un par de guardias uniformados. Cuando Hueso entró, su abogado se puso de pié y le dijo algunas palabras al oído. El joven se sentó en una silla y, a pedido de Ganoza, las esposas le fueron retiradas.
¾Diga su nombre completo, estado civil, ocupación y domicilio, señor Hueso ¾ordenó Aranda, apretando al mismo tiempo el botón de una grabadora portátil.
¾Abelardo Hueso Blanco, señor. Soltero; estudiante de medicina en San Marcos; vivo en la calle Huamampoma de Ayala 157, Maranga, San Miguel.
¾Usted fue filmado la noche del treinta de octubre del presente año robando las manos del finado Washington Quispe Huapaya, que se encontraba en el nicho número siete de la morgue del hospital Alcides Carrión. ¿Qué tiene usted a decir al respecto?
¾Todo es verdad, excepto la parte en que se afirma que me robé las manos.
¾¿Acaso está negando el hecho de haber mutilado y sustraído las manos de ese pobre hombre?
¾Eso no lo puedo negar, teniente.
¾Total ¾intervino Canales¾, ¿usted robó o no robó las manos del difunto en cuestión?
¾No robé, señor, apenas hice una colecta de material para la investigación que me encuentro realizando junto con el doctor Barbosa.
¾¿Toribio Barbosa? ¿El profesor de medicina forense? ¾preguntó Canales.
Hueso asintió con la cabeza. Dio un suspiro profundo y solicitó un vaso de agua. Luego de beber todo el contenido de un solo trago, continuó su declaración.
¾El doctor Barbosa y yo ¾dijo¾ estábamos empeñados en desenmascarar a los quirománticos, aquellos estafadores que afirman que por medio de la lectura de las líneas de las manos es posible determinar el destino de una persona.
¾¿Ah, sí? ¡Qué interesante! ¾dijo Aranda, sarcásticamente¾ ¿Y usted pretende que le creamos?
¾Déjelo continuar, teniente; el muchacho parece estar diciendo la verdad ¾pidió Canales, con un ligero aire de desaprobación.
¾Bueno, usted es el sicólogo, debe saber lo que dice ¾respondió Aranda, cruzando los brazos y frunciendo el ceño.
Hueso, con cara de quien sabía lo que estaba diciendo, prosiguió con el relato:
¾Sucede que, si la quiromancia fuese verdad, por medio de la biometría de las líneas de la mano sería posible, al menos teóricamente, relacionar la morfología de los surcos palmares con la duración de la vida, las enfermedades crónicas y agudas de los dueños de las manos. Esa fue la hipótesis de partida.
¾¿Es por eso que también robaba la historia clínica y el boletín forense de los muertos? ¾quiso saber el teniente Aranda.
¾Mi cliente ya dijo que la sustracción de material de investigación científica no lo considera robo ¾protestó Ganoza.
¾Corrigiendo: ¿es por eso que usted también sustraía la historia clínica y los boletines forenses de los cadáveres?
¾Correcto, teniente ¾respondió Hueso¾. ¿Qué mal podría hacer eso a alguien? ¿Acaso no es verdad que los muertos bien muertos están?
¾Más bien, ¿acaso no sabe usted que la violación de cuerpos y tumbas es un acto de profanación penado por ley? ¾replicó Aranda.
¾La verdad es que no lo sabía, teniente.
¾Si no lo sabía, ¿por qué entonces trabajaba a escondidas, como si de hecho lo supiese?
¾Por todo aquello que la prensa habló a mi respecto, señor. Tenía miedo de ser interrumpido antes de llegar a alguna conclusión.
¾Hasta la fecha, por lo que sabemos, usted llegó a mutilar cerca de trescientos cadáveres, ¿ese número no era suficiente?
¾Trescientos y once, para ser exactos.
¾Qué sea, pero... ¿llegó a alguna conclusión sobre este disparate de investigación?
¾Yo antes pensaba como usted, teniente, que todo esto no pasaba de un disparate; no la investigación y sí la quiromancia, quiero decir. Ahora ya pienso lo contrario.
¾¿Qué está queriendo decirnos? ¿Qué la quiromancia no es charlatanería?
Hueso se quedó algunos instantes en silencio. Pidió más agua y, después de beber, clavó los ojos en las manos de Aranda.
¾No he podido dejar de observar la palma de sus manos, teniente. De acuerdo con ciertas características que he logrado reconocer, parece que usted sufre de un tipo grave de asma. Igualmente, estoy preocupado con su destino, pues su línea de la vida no me parece muy larga que digamos...
¾Mire, señor Hueso ¾protestó Aranda, irritado¾, no sé cómo logró saber que soy asmático; quiero que sepa que no voy a caer en ese cuento barato. No se olvide que soy policía y que me sé perfectamente cómo sacar conclusiones de simples observaciones, y de que existen técnicas, muy empleadas por los estafadores, para inducir a las personas a creer lo que uno quiera.
¾Y usted, sargento Canales, ¿también cree que no paso de un estafador? ¾preguntó Hueso, sin dar importancia a las palabras de Aranda.
Canales meneó la cabeza y plegó los hombros estrechos, como si ignorarse la respuesta.
¾La ciencia me ha enseñado a ser observador ¾proclamó Hueso solemnemente, exhibiendo finalmente una discreta sonrisa¾. También he reparado en las características de sus manos, sargento. No me resta dudas de que usted sufrió mucho en la infancia, esto me resulta evidente por el color y la profundidad de la primera porción de su línea de la vida, ¿me equivoco?
Canales, petrificado y sin saber qué responder, se quedó mirándolo a los ojos, como si las palabras de Hueso hubiesen desnudado una parte de su vida que prefería olvidar. Los otros presentes estaban en silencio.
¾Usted sufre de depresión crónica y no puede dejar de tomar antidepresivos ¾observó Hueso¾. Sus manos me dicen también que usted sufre de impotencia y...
En un repentino ataque de furia, Canales sacó la mano derecha del bolsillo del pantalón y propinó en el rostro de Hueso una sonora bofetada:
¾¡Basta, desgraciado! Está bien que quieras librarte del interrogatorio, pero eso no te da el derecho de revelar mis problemas personales ¾gritó Canales, avergonzado y a la vez molesto por la indiscreción de Hueso.
¾¡Canales ¾interrumpió Aranda enérgicamente¾, quiero hablar con usted a solas!
Aranda lo cogió del brazo y lo llevó para afuera. Andaron juntos hasta la oficina del primero y, a puertas cerradas, le dijo:
¾Sargento Canales, ¿puedo saber qué significa ésto?
¾Disculpe, teniente ¾dijo Canales, rendido¾, es que a nadie le gusta que le revelen las intimidades en público.
¾¿Acaso está diciendo que es verdad lo que Hueso acaba de decir a su respecto?
¾Es la pura verdad, teniente ¾reconoció Canales, cabizbajo.
¾Vaya, hombre, lo siento mucho. No sabía que usted, un hombre tan equilibrado, tuviese tamaños problemas. De cualquier forma, debo recordarle que somos policías y nos encontramos sujetos a una serie de normas de disciplina: y hay una que nos obliga a no maltratar a los sospechosos. ¿Entendido, sargento?
Canales confirmó con la cabeza.
Cuando regresaron, Hueso se encontraba en una contemplación lejana. Al rato, fijó los ojos en los de Aranda, pasó la lengua por los labios secos y, con voz algo más densa por la ansiedad, dijo: ¾Lo noto preocupado, teniente. ¿Es por lo que le dije sobre su asma?
¾Señor Hueso ¾insistió Aranda, volviendo a encender el grabador¾, usted afirma que es capaz de saber cosas a respecto de las personas observando apenas la palma de sus manos, ¿cierto?
¾No exactamente, teniente. Lo único que he hecho es poner en práctica las correlaciones establecidas en la investigación que vengo realizando junto con el doctor Barbosa. Como cualquier inferencia científica, existe un margen de error de cinco por ciento.
¾Apenas quiero pedirle que se abstenga de hacer observaciones y pronósticos a respecto de las personas que nos encontramos en esta sala, ¿estamos?
¾Bueno, teniente, como usted quiera.
El interrogatorio prosiguió por cerca de tres horas más. Hueso se limitó a explicar cómo había realizado la investigación y a tratar de hacer comprender a sus captores los principios básicos del método científico, incluso el modelo estadístico que utilizó para establecer las correlaciones entre los formatos de las líneas de las manos y la historia clínica de los individuos estudiados.
V
Toribio Barbosa se disponía a entrar en su casa cuando fue abordado por dos policías. Sospechando de lo que se trataba, intentó huir corriendo por la calle, pero fue alcanzado, esposado, y luego conducido a la comisaría donde Aranda lo aguardaba.
¾¿Puede decirnos, doctor Barbosa, de qué se trata todo este cuento de investigación científica a que su pupilo, Abelardo Hueso, se refiere? ¾preguntó Aranda, dos horas después de haber interrogado al Fantasma de la Morgue.
¾Hueso es un idiota ¾respondió¾. No sé cómo pudo pensar que esta era una investigación seria. El problema es que ahora el muy animal jura que la quiromancia no es un fraude.
¾¿Usted no cree que la quiromancia sea verdad?
¾¡Dios mío, por supuesto que no!
¾¿Por qué convenció a su alumno a realizar esa investigación?
¾Sucede que Hueso es ambicioso. Esta investigación podría darle algún tipo de notoriedad en el medio académico.
¾¿Y?
Barbosa pensó un poco. Se llevó las dos manos al rostro, luego cruzó los brazos y, dando un rápido suspiro, confesó resignado:
¾Y que el muy desgraciado me sorprendió una noche en la morgue, justamente cuando me preparaba para hacer el amor con una difunta. Tenía a la muerta de cuatro y con el secador de pelo introducido en el ano.
¾¿Esto quiere decir que fue chantajeado?
¾No. Lo que pasa es que para disimular la embarazosa situación en que fui sorprendido, inventé la historia de que me encontraba realizando una pesquisa muy especial sobre necrología. Ya se lo dije, Hueso es un idiota y se lo creyó. Luego, para seguir aparentando que realmente me dedicaba a esa línea de investigación, le propuse que estudiara la posibilidad de desenmascarar a los quirománticos. La idea era comparar estadísticamente las líneas de las manos de los fallecidos con sus respectivas historias clínicas y circunstancias en que murieron. Le dije que esto hacía parte de un gran estudio. A Hueso no le gustó mucho la idea al principio, sobretodo porque es descendiente de gitanos, y tiene familiares que todavía se dedican al arte de la adivinación.
¾Y sobre las manos robadas, ¿qué tiene a decir?
¾Eso fue idea de él. Cuando la desaparición de manos comenzó a ser noticia, Hueso me buscó, preocupado. Yo, siguiéndole la corriente, le dije que continuara así pues no era recomendable modificar la metodología de colecta de datos inicialmente establecida.
¾En resumen, parece que todo no pasa de una secuencia inevitable de errores, ¿no es cierto?
¾Creo que sí, teniente.
Después del interrogatorio de Barbosa, Aranda se fue derecho a la clínica Ricardo Palma para hablar con el neumólogo que cuidaba de su asma. El pronóstico que Hueso hiciera acerca de su corta vida lo había dejado aprensivo. En la sala de espera se puso a pensar en el sargento Canales. Estaba impresionado. Jamás hubiese imaginado que la quiromancia fuese capaz de tanto.
Por su parte, Canales se encontraba en la sala de espera del siquiatra. El embarazoso interrogatorio lo había dejado ansioso y depresivo. No sabía qué hacer con la vergüenza de saber, que además de su mujer, otras personas ya sabían de su impotencia. Sus pensamientos lo llevaron al pasado y maldijo la hora en que Hueso le hizo recordar su niñez sufrida, que pasó a duras penas bajo la sombra de una madre alcohólica y un padre castigador al extremo. Mientras esperaba, trató de distraerse con la televisión que había en la sala. Estaban pasando el programa Actualidades en el canal cinco: Magali Cáceres entrevistaba a Clarita Hueso, quiromántica, hasta hace poco tiempo desconocida.
¾Así que usted es tía del Fantasma de la Morgue ¾pestañeó Magali, arreglándose el largo pelo oxigenado con las manos llenas de sortijas de oro.
¾Así es pues, Magali.
¾¿Y usted, qué nos puede decir a respecto de todo este alboroto causado por su sobrino?
¾Que él no ha cometido ningún crimen ¾respondió la invitada¾. La investigación que estaba realizando con los muertitos no ha hecho otra cosa que reafirmar lo que las ciencias ocultas ya sabían desde hace siglos: que la lectura de las manos es una forma de ver el pasado, el presente y el futuro de las personas.
¾¿Y su sobrino le llegó a revelar sus descubrimientos?
¾Todos. Ya tengo más de cuarenta años en esta profesión y debo confesar que mis pronósticos no eran muy acertados que digamos. Ahora, sin embargo, con los datos que mi sobrino me pasó, no dejo de acertar ninguna lectura.
¾A ver, veamos cómo es eso. ¿Qué le dicen mis manos, señora Clarita?
¾Veamos ¾dijo la quiromántica, poniéndose los lentes para ver mejor¾. Hum... ¿qué tenemos aquí? Vaya, vaya, la vida te sonríe Magali. Veo harta fama y fortuna en tu futuro.
¾Eso todo el mundo lo sabe; total, soy Magali Cáceres ¾aplaudió orgullosa.
¾Sí, pero lo que no saben es que pareces tener el corazón partido. ¿Tienes problemas con tu esposo o con tu amante?
¾Yo no tengo ningún amante ¾protestó la Cáceres, disimulando el súbito rubor que encendió sus mejillas.
¾Bueno, pues. Parece que la relación con tu marido está con los días contados. Veo también que estás embarazada y que el padre no parece ser tu marido...
Magali, con el rostro más rojo aún, retiró rápidamente la mano y se la puso entre las piernas.
¾¡Pero qué disparates dice usted! ¾sentenció categóricamente.
¾Bueno, Magali, disparate o no, el tiempo lo dirá, ¿no?
¾Cof, cof ¾tosió con ganas Magali¾. ¿Mejor, por qué no cambiamos de tema? A ver, ¿cuéntenos cómo su sobrino está siendo tratado por la Policía?
¾Muy mal, por cierto. Fíjate que hasta me lo han pegado en la comisaría.
¾¿Por tratar de escaparse?
¾No, hija. Por leer las manos y por haber hablado ciertas cosas sobre un tal sargento Canales, que parece ser el sicólogo de la Policía.
¾¿Y podemos saber lo que es?
En ese momento Canales apretó los labios y se puso a temblar. Temía que, además de su impotencia, el Fantasma de la Morgue hubiese descubierto su secreto más íntimo: que era homosexual, y que se resistía a duras penas a aceptar tal condición, combatida a punta de crueles castigos por su padre durante la infancia. Canales había escogido la carrera de sicología con la esperanza de encontrar una solución para aquello que él consideraba ser una aberración sexual.
¾Mi sobrino me contó que el bruto que lo maltrató era impotente...
¾Jajá ¾festejó Magali¾, así que en la Policía también hay de los que andan de capa caída.
¾Así es hija. Mi sobrino me ha dicho que mañana, a la hora de las visitas, me va a contar más cosas sobre esos patanes. ¿Qué se habrán creído, no?
Canales, totalmente fuera de sí, salió apresuradamente del consultorio y se dirigió velozmente a la comisaría para hablar con Hueso.
Al día siguiente, Lima quedó pasmada con las noticias de radio y los encabezados de los principales periódicos que se vendían en la calle.
¡MUERE EL FANTASMA DE LA MORGUE EN MANOS DE LA POLICIA!
(Por Raúl Montoro, reportero policial de El Comercio)
Grande fue la sorpresa de los superiores y compañeros de trabajo del sargento PNP Sergio Canales Guisado (47), al enterarse que éste, de forma inexplicable, dio muerte a Abelardo Hueso Blanco (26), estudiante de medicina humana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, más conocido como el “Fantasma de la Morgue”, quien, conforme noticiado por este periódico, fue capturado anteayer por el astuto teniente PNP Carlos Aranda.
Un vocero oficial de la Policía Nacional del Perú dijo que, al parecer, Canales se encontraba (a solas) interrogando al misterioso ladrón de manos cuando sucedió el crimen. Según esta fuente Canales habría dicho: “Lo maté porque vi en él un monstruo. Yo sabía que nadie iba a comprender este descubrimiento, que apenas yo, como sicólogo, era capaz de entender. Seguro de que a los pocos días este monstruo iba a ser puesto en libertad, decidí, en un acto de coraje, quitarle la vida para así salvar a la sociedad de este sicópata cruel.”
Al ser entrevistado, el teniente Aranda dijo estar atónito con lo ocurrido. Dijo también, en entrevista exclusiva concedida a este reportero, que no lograba entender por qué Canales había decidido interrogar a solas al sospechoso, sobretodo a sabiendas de que este procedimiento (sin la presencia de su abogado) no era nada aconsejable. La Policía ha levantado algunas hipótesis para intentar explicar tan extraño caso, sin embargo, ninguna de ellas ha llegado a nuestro conocimiento debido a que, conforme las explicaciones del propio Aranda, tal información podría perjudicar la investigación.
La señora Clara Hueso, quiromántica y tía del malogrado Fantasma de la Morgue, declaró anoche, por televisión, que su sobrino había sido víctima de los maltratos y de la brutalidad de los policías que lo sometieron a un interrogatorio. El abogado de la víctima, Dr. Javier Ganoza, ha dicho que Canales iba a ser procesado por su ex-cliente a causa del maltrato que sufrió durante el primer interrogatorio a que fuera sometido, y en el cual él se encontraba presente junto a otros testigos. Al ser preguntado el porqué de tal comportamiento, Ganoza dijo que Hueso hizo un comentario sobre un asunto personal de Canales. Ya la tía de la víctima, Clarita, como se la conoce en el medio, declaró que su sobrino, al parecer quiromántico también, había descubierto que su asesino era impotente, y que le iba a revelar otras cosas más, cosas que sólo Canales y el ahora finado Fantasma de la Morgue sabían. Doña Clarita también sostuvo que su sobrino le había confesado que sabía que iba a morir muy pronto, y de forma trágica, pues así las líneas de sus manos se lo habían hecho saber.
Todo este alboroto ha puesto en relieve las legendarias ciencias ocultas, principalmente la quiromancia (procedimiento de adivinación fundado en el estudio de la mano.) Anticipándose a las expectativas de sus fieles lectores, El Comercio publicará el día domingo, en El Dominical, un especial sobre esta increíble y sorprendente técnica hace tantos siglos practicada por gitanos y personas dedicadas al esoterismo. En este suplemento también hablaremos un poco sobre el asesor de Hueso, el doctor Toribio Barbosa, quien actualmente se encuentra detenido en una de las dependencias de la Policía Nacional del Perú. Podemos adelantar, sin embargo, que Barbosa no parece saber nada del asunto pues, cuando lo visitamos en su lugar de detención, se limitó a decir repetidas veces que Abelardo Hueso era “un idiota, y que todo este asunto de quiromancia no pasaba de una redonda estupidez.”
FIN
7 de agosto de 2009
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